sábado, 20 de mayo de 2017

Una mirada.

Jane era una mujer casada aunque su marido era un borracho y a menudo la maltrataba. Tenía un hijo, un niño de seis años. Luchaba con por él como por nada y eso le daba fuerza.
Rick, por otro lado estaba sólo, vivía sólo y sólo pasabas sus días. Seguía su día a día como dependiente del supermercado. Estaba cabizbajo pero llevaba tiempo ahorrando y soñaba con algún día cambiar de vida. Eso le daba fuerza. Pero pasan los años y las ganas se agotan, la vida sigue siendo dura y a veces uno se entrega perdido a la derrota.
Volvieron a caer en el llanto. Se vieron sin consuelo, sin amor, así se vieron, dispuestos a morir, a dejarlo todo y no volver. Ser ya por siempre nada.
Prepararon así cada uno su final, propio, individual e irrevatable.
Jane compró un bote de pastillas y fué a hacer su última compra.
Rick mientras trabajaba pensó en ir a un sitio alto, donde estuviera sólo, un lugar en el que contemplar el cielo por última vez.
Poco antes de que Rick fuera a acabar Jane pasó por caja. Él fué quien le cobró y al hacerlo, por un instante sus manos se tocaron. Se miraron a los ojos, vieron mutuamente en sus rostros la tristeza con la que cargaban tan forzosamente y los dos se avergonzaron por haberse mostrado su vulnerabilidad.
No dijeron nada. Jane intentó sonreír pero sólo salió una mueca. Mientras se giraba salieron dos lágrimas que recorrieron toda su mejilla. Salió por la puerta sin mirar atrás. Andó impaciente hasta la esquina y al llegar salió a correr, metió la mano en su bolso y tiró las pastillas con fuerza. Al llegar a casa hizo la maleta apresuradamente, agarró a su hijo y se marchó para nunca volver.
Rick no paró de pensar en la imagen de aquella mujer, descompuesta y abatida. Le marcó con fuerza el dolor inmenso que vió en ella. Cuando terminó su jornada fué a la azotea de su edificio y quedó varios minutos al filo, observando el cielo y sintiendo el aire que rozaba su cara. Cuando creía que estaba decidido salieron dos lágrimas y recorrieron sus mejillas. Algo aquel día era ya distinto. Se dirigió a casa, hizo su maleta y se marchó para no volver.

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