jueves, 11 de mayo de 2017

Marlene y el joven.

Marlene trabajaba en la cocina de aquel lujoso hotel desde hacía varios años.
Era una mujer dura, hecha ya a los infortunios de la vida y no podía hacer más que dejar que el tiempo pasara, que los días se sucedieran para que al final de cada mes llegara su sueldo.
La ambición en ella se había ido hacía mucho.
Sólo quedaba entonces aceptación y conformismo. Eso provocó su vacío, un llano y melancólico vacío.
Un día apareció en la cocina un joven lleno de vitalidad y entusiasmo, provisto de unas profundas ganas de vivir.
Al conocerse los dos trataron de ser cautos y no crear juicios anticipados que les llevaran a la equivocación. Así pudieron conocerse sin esperar nada el uno del otro, haciéndolo de una manera sincera y acertada.
Al chico le dijeron que cada noche se quedará con marlene después del servicio estresante que cada día se acontecía y limpiara con ella toda la cocina.
No tardó en darse cuenta de que ella ante todo era una persona de gran corazón y profunda humildad, y que esto, a demás de ser una valiosa virtud se había convertido también en su mayor y más catastrófico defecto, pues nunca se sentía con el derecho de reivindicar las injusticias ni tampoco dejó al joven hacerlo.
Noche tras noche limpiaban durante horas aquella gran estancia repleta de máquinas, platos y utensilios hasta que el hotel quedaba en completo silencio.
Aquello suponía muchas horas que nadie pagaba. "Es parte del trabajo" decía Marlene a menudo mientras limpiaba con cautela cada rincón de forma minuciosa.
El chico pronto se fijó en que los dueños y demás cocineros del hotel se aprovechaban de la bondad y el conformismo de la mujer, que hacía todo sin quejarse, y que ahora se aprovechaban también de él por ser nuevo. Pero nada podía hacer más que sentirse agradecido de tener un trabajo.
Por las noches, mientras limpiaban hablaban contandose sus vidas y lo que pensaban. Pasaron los meses y todo seguía igual. Nunca se contrató a nadie que les ayudara como habían prometido en un principio, así que aquello se convirtió en normalidad.
El joven a menudo replicaba a Marlene que pronto se iría y que ella también debía de hacer lo mismo. La convencía de que había cientos de oportunidades que dejaban escapar y que allí, sólo les quedaba lidiar con el amargo sabor que les dejaba su vida insatisfecha.
Ella escuchaba con atención todo lo que le decía, sus ojos a veces parecían recobrar el brillo que había desaparecido hacía ya tanto, pero contestaba enumerando las dificultades de cambiar de vida.
Más tarde, cuando cada uno llegaba a sus respectivas casas recordaban siempre las palabras que se habían dicho el uno al otro.
Así pasaron los meses hasta alcanzar el año.
El chico se fué poco a poco llenando de vacío y la mujer comenzó a recuperar las fuerzas que perdió.
Al final ella se marchó y el chico quedó allí, limpiando sólo aquella cocina cada noche. Conformándose con aquella vida carente de valor.
Marlene encontró un buen trabajo del que salía temprano a casa y con el que tuvo el tiempo que antes no tenía. A partir de entonces fué feliz.
Él permaneció allí muchos años convirtiéndose sin saberlo en la Marlene que conoció. Pasó aquellos años viviendo una vida a la que no le encontraba sentido.
Un día, décadas más tarde, una joven llena de vitalidad y ganas de vivir apareció por aquella cocina.

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