miércoles, 31 de mayo de 2017

La vida en pausa

Es tiempo y momento de nada.
De dejar pasar los días,
de no esperar respuestas.
Es tiempo de apagar las llamas
y acallar el grito de las ascuas
que arden siempre en mi.
Es el momento de la pausa,
de dejar de pensar, 
de soñar entre horas
y de agonizar la marcha de la brisa
que me hace más humano.
Dejaré lugar al sinsentido,
al conformismo y al hastío de la vida.
Dejaré que cabalguen sobre mi la inmundicia y el ego,
los deseos carnales, la avaricia, el apego. 
Andaré por el camino 
deshonesto de la máxima derrota.
Caeré abatido y sentiré el calor 
del regocijo entre la mierda. 
No habrá llanto ni horror.
Podré incluso reír como ríe 
el demonio en el infierno.
Me ahondara la sordera y perderé 
mi juicio. 
No seré por siempre este parásito,
eso aún lo creo, pero debo esperar.
La aguja aún está en pausa.
Aún es tiempo de desdicha,
de mentes podridas.
Momento de nada 
de absurdos e incoherencias.
Yo seguiré de pie
 contemplando el marchar de la brisa
que me hacia más humano,
que me hizo volar, 
que vencía la indecencia.
Esperaré mirando el marchar de la brisa. 
Esperaré añorando el olor de la brisa.

martes, 23 de mayo de 2017

Verdadera paz.

El soldado Taylor era el más joven de su escuadrón. Se alistó por que realmente no encontró nada mejor. Ahora tan alejado de su tierra y cercano al campo de batalla hubiese preferido cualquier otra cosa.
Se encontraba caminando un sendero arenoso en una zona desértica de Oriente Medio. De su frente caía una lenta corriente de sudor y notaba en la garganta un picor incómodo causado por el polvo del ambiente. Su uniforme daba demasiado calor para ir de exploración bajo el sol de medio día pero le habían preparado para ser capaz de sufrir todo tipo de fatigas y mantenía el paso.
Según decían llevaban a cabo una importante misión de alta estrategia militar, él no conocía los detalles. Sólo caminaba y acataba las órdenes. Mientras tanto pensaba en cuanto anhelaba a su familia, a sus padres, y mataba las horas recordando su pasado con la triste sensación de apreciar hoy los momentos que ayer dejó correr y soñando con volver a casa. Seguir conociendo a aquella chica, invitarla a bailar aunque antes jamás lo hubiera hecho. Mirarla a los ojos como nunca lo hizo. Decirle por fin que la ama.
Pensando no pudo evitar acordarse de los errores de sus padres, de los de algunos amigos, de algunos familiares pero está vez los perdonó a todos. Dejó de haber en él rencor o odio. Quiso abrazarlos.
Recordó a su madre. Vio en su imagen y en sus ojos la mirada de amor incondicional que se le regala a un hijo querido. Los echó de menos y se llenó de amor colmándose de calma. Siguió caminando provisto de una lúcida tranquilidad con sigo mismo y con el mundo, relajándose hasta sentirse en completa armonía y paz. Fue entonces cuando de pronto relampaguearon varios disparos entre la polvareda, ésta se levantó formando a su alrededor una nube. Todos se dieron un susto. Se escucharon gritos. - Me han dado!- Fuego enemigo!- el grupo entro comenzó a apuntar alrededor pero él se quedó quieto, inmóvil. Vio varias sombras acercarse pero apenas distinguía la escena. Una de ellas quedó frente a él. Era un joven, portaba un fusil. Taylor aún no había borrado la imagen de se madre y portaba en sus ojos la presencia de sus familiares, aún acompañándolo, sonriéndole. Sonaron dos disparos y calló al suelo aún sintiendo aquella profunda y majestuosa paz.
Que pena de siglo....
De precios altos y salarios bajos, de parejas con amores cortos, de estúpidas modas, de comida basura, de basura llena de comida, de fiestas abarrotadas de droga, de pobres muy pobres y ricos muy ricos, de grandes diferencias, de baja consciencia, de desahucios, de falta de expresión, de estados policiales, de macroeconomía, de sociedades virtuales, de continua competencia, de grandes envidias, de explotación natural, de guerras en silencio, de refugiados sin refugio, de desinformación, de llantos en secreto....

sábado, 20 de mayo de 2017

Una mirada.

Jane era una mujer casada aunque su marido era un borracho y a menudo la maltrataba. Tenía un hijo, un niño de seis años. Luchaba con por él como por nada y eso le daba fuerza.
Rick, por otro lado estaba sólo, vivía sólo y sólo pasabas sus días. Seguía su día a día como dependiente del supermercado. Estaba cabizbajo pero llevaba tiempo ahorrando y soñaba con algún día cambiar de vida. Eso le daba fuerza. Pero pasan los años y las ganas se agotan, la vida sigue siendo dura y a veces uno se entrega perdido a la derrota.
Volvieron a caer en el llanto. Se vieron sin consuelo, sin amor, así se vieron, dispuestos a morir, a dejarlo todo y no volver. Ser ya por siempre nada.
Prepararon así cada uno su final, propio, individual e irrevatable.
Jane compró un bote de pastillas y fué a hacer su última compra.
Rick mientras trabajaba pensó en ir a un sitio alto, donde estuviera sólo, un lugar en el que contemplar el cielo por última vez.
Poco antes de que Rick fuera a acabar Jane pasó por caja. Él fué quien le cobró y al hacerlo, por un instante sus manos se tocaron. Se miraron a los ojos, vieron mutuamente en sus rostros la tristeza con la que cargaban tan forzosamente y los dos se avergonzaron por haberse mostrado su vulnerabilidad.
No dijeron nada. Jane intentó sonreír pero sólo salió una mueca. Mientras se giraba salieron dos lágrimas que recorrieron toda su mejilla. Salió por la puerta sin mirar atrás. Andó impaciente hasta la esquina y al llegar salió a correr, metió la mano en su bolso y tiró las pastillas con fuerza. Al llegar a casa hizo la maleta apresuradamente, agarró a su hijo y se marchó para nunca volver.
Rick no paró de pensar en la imagen de aquella mujer, descompuesta y abatida. Le marcó con fuerza el dolor inmenso que vió en ella. Cuando terminó su jornada fué a la azotea de su edificio y quedó varios minutos al filo, observando el cielo y sintiendo el aire que rozaba su cara. Cuando creía que estaba decidido salieron dos lágrimas y recorrieron sus mejillas. Algo aquel día era ya distinto. Se dirigió a casa, hizo su maleta y se marchó para no volver.
Sí el tiempo me dejara lucharía como nunca lo hice.
Por la gracia de la libertad gritaría con el viento.
Auyaria con la brisa de la fraternidad haciendo honor a la alta consciencia,
a la unidad de todos y a sentir al fin el mundo en calma.
Sí el tiempo me dejara me levantaría y os tendería mi mano,
os diría que os quiero, que anhelo el cielo de vuestra compañía,
que juntos somos uno y que no hay nada que frene aquel espíritu.
Sí me dejara dejaría las burlas, las risas pretenciosas y hasta el mismísimo ego,
llenándome el pecho de amor y llenando de amor también el vuestro. 
Entonces haría lo que realmente quiero
y obstinado quedaría de por vida luchando por vosotros.
Sí el tiempo me dejara seguiría siendo un niño,
os besaría de nuevo,
jamás me daría por vencido ni tampoco buscaría victoria,
sólo el hecho del reclamo, de combatir juntos la desgracia,
y haciendo memoria construir el mundo con el que  soñamos.
Se rompieron los cristales,
No hubo entonces espejo ni reflejo vivo,
ni chispa,
Solo un sentimiento sutil, frío y sin brillo.
Dejando las sorpresas y la euforia en el imborrable pasado.
Fugaz e inalcanzable.

jueves, 18 de mayo de 2017

La visión.

Había subido varios kilómetros por el camino de tierra que me llevó a la entrada del templo.
Las pequeñas banderas de colores colgaban de las cuerdas que iban de un pilar a otro formando la puerta principal.
Había un gran cilindro metálico que saltaba a la vista, medía aproximadamente tres metros de alto. Era una rueda de plegarias. En ella estaba escrito el mantra Om Mani padme hum, según se dice, esta frase contiene las energías vibratorias que llevan al hombre hacia la iluminación.
Yo empujé levemente y comenzó a girar. Sólo con verla uno podía liberarse de todos los males y al hacerla girar la energía de miles de mantras entraban en uno.
Seguí estrictamente lo indicado para realizar los rituales con acierto.
Después de un rato allí continúe hacia arriba. Ví varias estupas, una de ellas perteneciente al Lama Yeshe. Dentro de la construcción habían metido varios objetos los cuales le habían pertenecido.
Según los budistas, Osel Hita, con quién estaba compartiendo algo de tiempo cada día, era la primera reencarnación occidental de un Lama y en su anterior vida había sido Yeshe, el Lama al que hacía honor la estupa.
Osel me contó cuando toqué el "mala" que llevaba colgado al cuello que había sido de su vida pasada y que al tocarlo había quedado bendecido por Yeshe.
Continué hasta llegar a una estatua del tamaño de una persona. Hacía referente a la deidad budista de la medicina. Allí coloqué las piedras que más me gustaron de alrededor junto a muchas otra y algunas monedas que ya estaban y que habían posicionado en equilibrio unas encima de otras.
Cuando volví al sendero comencé a alejarme de todas aquellas construcciones budistas guiado por unas flechas colocadas en algunos tramos.
Seguí montaña arriba sin saber hacia donde me dirigía.
Todo el valle se presentaba a mis pies y a mi alrededor varias montañas aún se veían blancas por la nieve. Entre los picos de la sierra de enfrente se podía contemplar el mar. Sí uno se fijaba bien podía incluso  ver las líneas que formaba África, que parecía estar más cerca que nunca.
Siguiendo las flechas llegué hasta una explanada de gran tamaño en la que en el centro habían hecho un jardín con un pequeño lago redondo, en el centro de éste se alzaba una gran estatua de color verde. Recorrí un viejo empedrado y leí sobre el significado de la figura. Pertenecía a Tara, una deidad femenina que representaba el conocimiento y a la que al mirar hacía que pudieras desprenderte de los obstáculos de la vida.
Varios escritos a lo largo del templo decían que debíamos desprendernos de los deseos para alcanzar la felicidad. Allí lo volvían a repetir: A más deseos, más dolor.
Quedé un rato mirando a mi alrededor, la luz tenía la claridad de una tarde soleada, el tiempo era perfecto. A mil seiscientos metros de altura aquel paisaje se había vuelto más puro y salvaje.
Rodeé el pequeño lago de color verdoso y me volví a situar frente a la estatua. Me postré de rodillas en el filo y metí mis manos en el agua hasta que se cubrieron mis muñecas. Sentí el frío recorriendo mis brazos extendidos, pero permanecí inmóvil y sentado sobre mis tobillos.
Quedé mirando el interior y traté de calmar por unos segundos todo pensamiento. Por un momento conseguí dejar de pensar. Poco después comencé a tener una visión. Ante mí, alrededor de mis manos y a pocos centímetros de mis ojos cientos de minúsculos renacuajos se movían de un lado para otro cerca del borde, imaginé a las personas comportándose de la misma manera, rovoloteando de un lado para otro sin ningún sentido, todos iguales, creyendo que somos importantes o especiales a causa del ego que nos vuelve ciegos. Ví lo insignificantes que eran aquellos renacuajos que de alguna manera se habían convertido ahora en nosotros mismos. Aquella imagen se distorsionó con el brillo que provocaba el sol en ellos, envueltos en la oscuridad del agua. Pude ver entonces allí mismo el universo, las estrellas brillando en movimiento. Todo podía ser a la vez lo mismo. Los peces, los hombres o los astros, todo parecía comportarse de la misma manera. Pude ver entre tanto un renacuajo de mayor tamaño detrás de mis muñecas, que aún estaban sumergidas. Éste nadaba a contracorriente en la superficie tratando de avanzar sin conseguirlo. Siempre acabando en el mismo punto. También me hizo pensar, me recordó a mi mismo, tratando de encontrarle un sentido a la vida o buscando la verdad. Me recordó a cualquiera que se siente en el camino de la espiritualidad, tratando de avanzar sin moverse, volviendo a pasar una y otra vez por el mismo lugar, condenados a luchar por la mejora sin encontrar respuesta. Queriendo alcanzar lo que quizás sea inalcanzable.
Creyendo cambiar sin hacerlo

domingo, 14 de mayo de 2017

Es bonito y triste que estés al levantarme, que me acompañes al desayunar y que pueda pasear entre los árboles con tu grandiosa compañía. Es bonito y triste ver el mar sin separaciones que alejen tu espíritu del mío. Me gusta y me llena de melancolía acostarme aún contigo. Sin poder olvidarte, y soñarte, y tocarte a cada rato en lo más profundo de mi ser. Es bonito y triste que sigas aún conmigo habiéndote ido ya hace tanto.

jueves, 11 de mayo de 2017

Marlene y el joven.

Marlene trabajaba en la cocina de aquel lujoso hotel desde hacía varios años.
Era una mujer dura, hecha ya a los infortunios de la vida y no podía hacer más que dejar que el tiempo pasara, que los días se sucedieran para que al final de cada mes llegara su sueldo.
La ambición en ella se había ido hacía mucho.
Sólo quedaba entonces aceptación y conformismo. Eso provocó su vacío, un llano y melancólico vacío.
Un día apareció en la cocina un joven lleno de vitalidad y entusiasmo, provisto de unas profundas ganas de vivir.
Al conocerse los dos trataron de ser cautos y no crear juicios anticipados que les llevaran a la equivocación. Así pudieron conocerse sin esperar nada el uno del otro, haciéndolo de una manera sincera y acertada.
Al chico le dijeron que cada noche se quedará con marlene después del servicio estresante que cada día se acontecía y limpiara con ella toda la cocina.
No tardó en darse cuenta de que ella ante todo era una persona de gran corazón y profunda humildad, y que esto, a demás de ser una valiosa virtud se había convertido también en su mayor y más catastrófico defecto, pues nunca se sentía con el derecho de reivindicar las injusticias ni tampoco dejó al joven hacerlo.
Noche tras noche limpiaban durante horas aquella gran estancia repleta de máquinas, platos y utensilios hasta que el hotel quedaba en completo silencio.
Aquello suponía muchas horas que nadie pagaba. "Es parte del trabajo" decía Marlene a menudo mientras limpiaba con cautela cada rincón de forma minuciosa.
El chico pronto se fijó en que los dueños y demás cocineros del hotel se aprovechaban de la bondad y el conformismo de la mujer, que hacía todo sin quejarse, y que ahora se aprovechaban también de él por ser nuevo. Pero nada podía hacer más que sentirse agradecido de tener un trabajo.
Por las noches, mientras limpiaban hablaban contandose sus vidas y lo que pensaban. Pasaron los meses y todo seguía igual. Nunca se contrató a nadie que les ayudara como habían prometido en un principio, así que aquello se convirtió en normalidad.
El joven a menudo replicaba a Marlene que pronto se iría y que ella también debía de hacer lo mismo. La convencía de que había cientos de oportunidades que dejaban escapar y que allí, sólo les quedaba lidiar con el amargo sabor que les dejaba su vida insatisfecha.
Ella escuchaba con atención todo lo que le decía, sus ojos a veces parecían recobrar el brillo que había desaparecido hacía ya tanto, pero contestaba enumerando las dificultades de cambiar de vida.
Más tarde, cuando cada uno llegaba a sus respectivas casas recordaban siempre las palabras que se habían dicho el uno al otro.
Así pasaron los meses hasta alcanzar el año.
El chico se fué poco a poco llenando de vacío y la mujer comenzó a recuperar las fuerzas que perdió.
Al final ella se marchó y el chico quedó allí, limpiando sólo aquella cocina cada noche. Conformándose con aquella vida carente de valor.
Marlene encontró un buen trabajo del que salía temprano a casa y con el que tuvo el tiempo que antes no tenía. A partir de entonces fué feliz.
Él permaneció allí muchos años convirtiéndose sin saberlo en la Marlene que conoció. Pasó aquellos años viviendo una vida a la que no le encontraba sentido.
Un día, décadas más tarde, una joven llena de vitalidad y ganas de vivir apareció por aquella cocina.

El cambio.

Cuando pienso en la vida moderna no puedo evitar pensar sí es una vida acorde a nuestra naturaleza como seres humanos.
Sabemos que nos hace mal la prisa incesante con la que vivimos, el afán eterno de conseguir dinero, el sobre esfuerzo, el agotamiento y la falta de tiempo para nosotros mismos o para dedicárselo a los seres queridos.
Nos duele la falta de vocación, el trabajo por obligación o estar cansados incluso para poder pensar.
Esto nos mata poco a poco como un veneno que gota a gota nos aleja de lo que creíamos que era la vida.
La vida no significa sacrificio. Nos hará falta esfuerzo, superación, aprender a dejar que las cosas pasen, a que el tiempo cure las heridas o a asimilar el dolor hasta convertirlo en experiencia pero no por ello debemos someternos , ser esclavos de nuestra situación y creer que por azar o perque debía ser debemos encajar los golpes sin esperanzas de cambio y de mejora.
Hay un mundo ahí fuera más allá de nuestra limitada visión.
Existe la redención a nuestro sufrimiento, la sensación de plenitud, el paraíso en el interior de cada espíritu y la sensación mágica de ser parte de todo.
Es posible cambiar, dar el paso valiente que nos lleva hacia un camino nuevo.
No vinimos a la tierra para ir a contracorriente de nuestro corazón. A veces pasará, pero no debe ser nunca como norma.
La vida en la India es caótica, repleta de molestias, de suciedad, de ruidos estridentes de claxons, motores viejos y gritos continuos.
Uno se siente acompañado de miradas ajenas y oidos que prestan atención.
Algunas manos se le acercan a uno pidiendo limosna cada pocos metros, otras quedan allí, esperando, pertenecen a gente sin piernas, sin ojos o con cualquier malformación.
El tráfico es alborotado y solo hay una norma, no chocar. Al peatón más le vale ser cauto.
No todo es así, también hay compasión, sonrisas, gestos amables, respeto y agradecimiento, lugares hermosos... Lugares que brindan un sinfín de sensaciones únicas.
Selvas, bosques, playas en el mar o a la orilla del río, ciudades que asustan por su gran tamaño y por su apabullante població o pueblos calmados que parecen venir de siglos atrás.
Aquí uno puede ver las montañas más altas y los paisajes más áridos.
Convives con vacas, camellos, monos, perros sin dueño y muchos más animales completamente libres.
Los sentidos parecen estar alerta de una manera especialmente singular, captando olores y sabores que no conocían, observando a la vez los colores más vivos y más tenues, comprobando el tacto de nuevas testuras y afinando el oído de forma constante.
A veces se está desesperado, otras lleno de paz.
Es parte de la magia de la India.
La intensidad de cada día y la continua incertidumbre le hacen a uno sentirse especialmente vivo.
Todos somos curiosos, amantes de nuevas experiencias, es quizás la causa de que hayamos llegado tan lejos.
Nuestra naturaleza es conocer, descubrir nuestro mundo, ampliar la visión, sentirnos vivos.