jueves, 11 de mayo de 2017

La vida en la India es caótica, repleta de molestias, de suciedad, de ruidos estridentes de claxons, motores viejos y gritos continuos.
Uno se siente acompañado de miradas ajenas y oidos que prestan atención.
Algunas manos se le acercan a uno pidiendo limosna cada pocos metros, otras quedan allí, esperando, pertenecen a gente sin piernas, sin ojos o con cualquier malformación.
El tráfico es alborotado y solo hay una norma, no chocar. Al peatón más le vale ser cauto.
No todo es así, también hay compasión, sonrisas, gestos amables, respeto y agradecimiento, lugares hermosos... Lugares que brindan un sinfín de sensaciones únicas.
Selvas, bosques, playas en el mar o a la orilla del río, ciudades que asustan por su gran tamaño y por su apabullante població o pueblos calmados que parecen venir de siglos atrás.
Aquí uno puede ver las montañas más altas y los paisajes más áridos.
Convives con vacas, camellos, monos, perros sin dueño y muchos más animales completamente libres.
Los sentidos parecen estar alerta de una manera especialmente singular, captando olores y sabores que no conocían, observando a la vez los colores más vivos y más tenues, comprobando el tacto de nuevas testuras y afinando el oído de forma constante.
A veces se está desesperado, otras lleno de paz.
Es parte de la magia de la India.
La intensidad de cada día y la continua incertidumbre le hacen a uno sentirse especialmente vivo.
Todos somos curiosos, amantes de nuevas experiencias, es quizás la causa de que hayamos llegado tan lejos.
Nuestra naturaleza es conocer, descubrir nuestro mundo, ampliar la visión, sentirnos vivos.

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